Latrocinio


 

 

Cuando asomó aquel balbuceo, muchos, confundidos, creímos que era una manifestación más del integrismo, del reduccionismo cristiano de toda la vida. Un clérigo rancio que quiere cambiar el nombre a algo que todos conocemos por el que tiene.

Pero no, todos hemos podido equivocarnos, no era la simple catetez de un rudo cura elevado a obispo por su fundamentalismo reaccionario. Era una operación más compleja.  La continuación de una actuación que tuvo un hito el 2 de marzo de 2006 cuando la Iglesia Católica inmatriculó a la Mezquita y Catedral de Córdoba en el Registro de la Propiedad.

Habían tenido que pasar 770 años desde que en 1236 las tropas cristianas tomaran el templo por la fuerza de las armas y lo “ocuparan” todo este tiempo –cosa distinta a que adquirieran su propiedad- para que se iniciara una actuación de dudosa legalidad encaminada a una usurpación.

Es realmente curioso y revelador que las incontables, numerosas y frecuentes reparaciones y restauraciones que se han hecho en el “inmueble” se han hecho siempre a cargo de la Ciudad, la Autonomía o el Estado. Es decir, mantenimiento público de un bien privatizado.

La muy probable inconstitucionalidad de la Ley Hipotecaria, promovida por Aznar, y de la Ley de Patrimonio Histórico Andaluz aprobada de la mano de los socialistas andaluces le habían dado a la Iglesia la propiedad legal de un bien público universal, en el que ni ellos mismos creían –nunca han pagado el IBI- y sobre el que viene ejerciendo el dominio de conquista y lucrándose con pingües e ignorados beneficios.

A partir de entonces empezó la campaña del “cambio de nombre” como forma de sacralizar una mas que dudosa operación legal de apropiación y privatización de un bien público de dimensión e historia universal.

No es casualidad que el gazmoño obispo de Córdoba quiera que a la Mezquita se le llame solo “catedral”. Estamos hablando de una posible apropiación indebida sobre un bien de valor intangible. No se trata sólo de semántica sino de dineros. Y con la Iglesia hemos topado.

En la silla de Osio ha habido de todo. Desde Inquisidores Generales (Pedro Portocarrero y Jerónimo Manrique), iluminados como Pedro Antonio de Trevilla, hasta reaccionarios de pro como Javier Martínez. Puede que ahora quieran añadir a sus variadas capacidades las de los que ejercen un simple y común pecado capital: el latrocinio.

Acerca de lucasleonsimon

Nací en Córdoba en agosto de 1947 en el seno de una familia republicana, represaliada por el franquismo. A los catorce años comencé a trabajar en la empresa Cenemesa, más tarde Westinghouse y más tarde ABB. Me inicié en el sindicalismo y la política clandestina, al mismo tiempo. Fui concejal del Ayuntamiento de Córdoba entre 1983 y 1987, en el gobierno de Julio Anguita. Desde 1985 he ejercido el periodismo de opinión en medios como Diario 16, Nuevo Diario de Córdoba, La Tribuna, La Información, Diario de Andalucia y Agencia Efe.
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